jueves, 2 de diciembre de 2010

Fragmento de la obra de Don DeLillo: COSMOPOLIS

DON DELILLO

LAS CONFESIONES DE BENNO LEVIN

Mañana

            Ahora vivo con total autonomía. Estoy despojado por completo. Esto lo escribo en mi mesa de hierro, que me traje a rastras por la acera, hasta este edificio. Tengo una bicicleta estática a la que le falta un pedal, y en ella hago ejercicio de verdad con un pie, mientras con el otro lo simulo.

Tengo previsto levantar acta pública de mi vida a lo largo de estas páginas que he de escribir. Esta será una autobiografía espiritual que ha de llegar a tener miles de páginas, y el meollo de la obra será que una de dos: o lo localizo y le pego un tiro o no, todo ello escrito a lápiz, sin ahorro de palabras.

Cuando tenía empleo también tenía pequeñas cuentas en cinco de los grandes bancos. Los nombres de los grandes bancos son mentalmente pavorosos, tienen sucursales por toda la ciudad. Antaño, iba a distintos bancos, o a distintas sucursales de un mismo banco.

Hubo episodios en los que visitaba una sucursal tras otra hasta altas horas de la noche, transfiriendo dinero de una cuenta a otra o sólo verificando el saldo y los últimos movimientos. Tecleaba el número secreto y examinaba las cifras. La propia maquina nos guía paso a paso. La maquina pregunta si eso es correcto. Nos enseña a pensar en bloques lógicos.

Estuve brevemente casado con una inválida que tenía un hijo. Si me daba por mirar a su hijo, un chiquillo apenas salido de la más tierna infancia, tenía la impresión de haberme despeñado por un agujero.

Por aquel entonces daba clases y conferencias. Conferenciante no es la palabra exacta. Mas bien pasaba de un tema a otro, según se me fueran ocurriendo. No quiero dedicarme a esa clase de escritura que pasa por recitar la biografía, los ancestros, la educación recibida. Aspiro a alzarme a partir de las palabras sobre el papel y hacer algo, lastimar a alguien. Llevo dentro de mí el afán de lastimar, cosa que no siempre he sabido. El acto y la profundidad de la escritura me dirán si soy capaz o no.

Con toda franqueza, deseo contar con la simpatía de ustedes. A diario me gasto el dinero suelto que me queda en agua mineral. Para beber, para asearme. Dispongo de mis instalaciones de aseo personal, los restaurantes de los que me llevo la comida y mis necesidades de agua cubiertas dentro de un edificio que carece de agua, calefacción, luz, salvo las que yo aporto.

Me resulta difícil hablar directamente a las personas. Antaño trataba de ir con la verdad por delante. Pero cuesta mucho no mentir. Miento a las personas porque esta es mi lengua, así es como hablo. Es la temperatura interior de la cabeza de quien soy. No dedico comentarios a la persona con quien hablo, sino que más bien trato de no alcanzarle, o bien le endilgo un comentario de pasada y con abundantes rodeos.

Al cabo de un tiempo esto empezó a causarme satisfacción. Nunca tuve ánimo de decir en serio lo que decía. Todas las mentiras innecesarias eran otro modo de construirse una persona. Ahora lo veo contada claridad. Nadie, salvo yo mismo, podría haberme ayudado.

Veía el video en directo en su página web a todas horas. Lo veía durante horas seguidas y, sin dejar de ser realista, durante días enteros. Lo que decía a las personas, su manera de volverse rápidamente en el sillón giratorio. Pensaba que los sillones eran una rematada estupidez, una forma de rebajarse. Cómo nadaba cuando nadaba, como comía o jugaba a las cartas ante la cámara. Su manera de barajar. Aun cuando trabajaba en la misma sede de la empresa, esperaba en la calle para verlo marcharse. Aspiraba a ubicarlo mentalmente con toda exactitud. Era importante saber de su paradero, así fuera durante un solo instante. Así ponía mi mundo en orden.
De todos modos, no se trataba de mentiras. No era falsedad de mayor parte, sino meros desvíos rebotados en el cuerpo del oyente, con toda clase de rodeos, o bien fracasos estrepitosos.

Hablar directamente a una persona era algo insufrible. En cambio, en estas páginas escribiré para abrirme camino hacia la verdad. Confíen en mí. Me rebajaron a ocuparme de las divisas de menor importancia. Quiero ralentizar mi mente, pero a veces se produce una vía de agua.

Ahora hago mis transacciones bancarias en un único lugar, porque financieramente he quedado en nada. Es un banco pequeño con un solo cajero, uno de los que están encastrados directamente en el exterior del edificio. Utilizo ese cajero de calle porque el guardia jurado no me permite entrar en la sucursal.

Podría decirle que dispongo de una cuenta y se lo podría demostrar. Pero el banco es todo mármol y cristal y guardias armados. Lo acepto. Podría decirle que necesito repasar mis últimos movimientos, aun cuando no haya ninguno. Sin embargo, estoy más que dispuesto a realizar mis transacciones en plena calle, en el cajero de la pared.

A diario paso vergüenza, cada día que transcurre siento más vergüenza que el anterior. Pero pienso pasar el resto de mi vida escribiendo estas notas en este espacio vital, este diario en el que dejo constancia de mis actos y mis reflexiones, para hallar algo de honor, algo de valía en el fondo de las cosas. Quiero escribir diez mil páginas que paren en seco al mundo.

Permítaseme hablar. Soy susceptible de padecer ramalazos globales de enfermedad. Tengo en ocasiones el susto, que mas o menos equivale a la perdida del alma, tomado del caribeño, que contraje originalmente en Internet, poco tiempo antes de que mi mujer se llevara a su hijo y se largara, llevada a su vez en volandas, para bajar las escaleras, a hombros de sus hermanos, inmigrantes ilegales.

Por una parte, todo es mera imaginación, un mito.  Por otra parte soy suspicaz. Esta obra incluirá descripciones de mis síntomas.

El siempre va por delante, ideando un pasado que no es novedoso, y esto es algo que me siento tentado de admirar, discutiendo siempre por cosas que ustedes y yo tenemos como grandes aportaciones a nuestras vidas, dignas de toda confianza. Las cosas se erosionan con impaciencia en sus manos. Lo conozco mentalmente. Lo que desea es estar situado en una civilización por delante de esta.

Antes guardaba un rollo de billetes sujetos con una goma azul que llevaba el marbete de “espárragos de California”. Ese dinero ahora esta en circulación, pasa de mano en mano sin cumplir ningún elemental requisito de higiene. Tengo una bicicleta estática que me encontré una noche. Le falta un pedal.

Puse un anuncio clandestino para comprar un arma usada, que adquirí sutilmente y en privado cuando aun estaba conectado a la red y tenia empleo aunque ya muy a trancas y barrancas, a sabiendas de que se avecinaba el día, es imprevisible y caprichoso, sus hábitos de trabajo se desintegran, cosa que notaba en sus caras, en su manera de mirar, a pesar del humor y el patetismo de poseer un alma tan complicada para ser una persona como soy.

Comprendo el humor desdeñoso y la compasión que hay en lo que hago a veces. Y casi podría disfrutarlo incluso al nivel de estar totalmente desamparado.

Mi vida había dejado de pertenecerme. Pero yo no quería que fuera mía. Lo vi hacerse el nudo de la corbata y supe quién era. En su espejo, en el cuarto de baño, tiene un visor que le avisa de su temperatura y presión sanguínea en cada momento, así como de su estatura, peso, frecuencia cardiaca, pulso, medicación pendiente de ingerir, todo su historial sanitario, sólo con mirarlo a la cara, y yo era su sensor humano, el que leía sus pensamientos, el que conocía mentalmente al individuo.

Indica cual es su estatura por si acaso ha menguado de noche, cosa que puede suceder anabólicamente.

Los cigarrillos no forman parte del perfil de la persona que se piensan ustedes que soy. En cambio soy un fumador virulento. Lo que necesito lo necesito a muerte. No leo por placer. No me baño a menudo porque no me lo puedo permitir. Compro mi ropa rebajada en Value Drugs. En estados unidos esto se puede hacer perfectamente, vestirse de los pies a la cabeza en un drugstore, cosa que admiro sin demasiadas alharacas. Al margen de cuáles sean los hechos sin duda diversos, mi vida interior no es muy distinta de la de ustedes, al menos en el sentido de que todos somos incontrolables.

Se la llevaron por las escaleras en la silla de ruedas, con el bebe en brazos. Me quede desorientado. Tal vez hayan visto las crestas y valles de un detector de mentiras mentiroso. Ésa es mi onda de pensamiento algunas veces, cuando pienso qué respuesta doy a esto. Dejé la enseñanza para amasar mi milloncejo correspondiente. Era el momento adecuado, todas las circunstancias concurrían a mi favor. Pero luego me sentí mera derivación, sentado ante mi Terminal de trabajo. Me sentí insertado, una persona en una situación que no ha elegido, aun cuando la elección la tomé yo. Lo más que llego a acercárseme fue a la distancia de un grito.

Tengo sentimientos ambiguos cuando pienso en matarlo. ¿Soy por eso más o menos interesante para ustedes?

No soy uno de esos cuerpos pisoteados que ustedes prefieren no mirar cuando recorren a pie ciertas calles. Yo tampoco los miro. Estoy derribando los tabiques de mi espacio vital, una tarea de muchas semanas de duración, ahora prácticamente acabada. Compro mi agua mineral en la tienda mexicana que hay poco más allá. Son dos dependientes, o un dueño y un dependiente. Los dos dicen no hay problema. Yo digo gracias. No hay problema.

De niño me gustaba lamer las monedas. La rugosidad que tiene el canto de una moneda común. Acanalamiento se llama. Todavía hay veces en que lamo las monedas, aunque me preocupa la suciedad prendida en el acanalamiento.

En cambio, ¿acabar con la vida de otra persona? Ésa es la visión del nuevo día. Por fin estoy decidido a actuar. Es el acto violento el que forja la historia y transforma todo lo acaecido con anterioridad. En cambio, ¿imaginar el momento? No estoy seguro de poder llegar siquiera al punto de hacerlo mentalmente, dos hombres sin rostro con ropas de colores desvaídos.

¿Y como he de encontrarlo para matarlo, qué digo, para apuntar contra él y disparar? Todo este toma y daca es más que nada mero academicismo.

Cuando pago con monedas paso por fugaces episodios en los que no sé contar, en los que titubeo y me pierdo.

En cambio ¿Cómo voy a vivir si él no ha muerto? Puede que sea un padre muerto. Le ofreceré esa esperanza. Que cosechen su esperma, que lo congelen durante quince meses. Tras eso, nada más sencillo que preñar a su viuda o a otra madre que se preste voluntaria. Luego, crecerá otra persona que adopte su forma y su carne, y yo tendré algo que aborrecer cuando tenga edad de ser hombre.

La gente suele pensar en quien es durante las horas más calladas de la noche. Yo llevo ese pensamiento, el misterio del niño y el terror de ese pensamiento, siento esa inmensidad en mi alma durante cada segundo de mi vida.

Dispongo de mi propia mesa de hierro, que subí mediante cuerdas y cuñas los tres tramos de escaleras que me separan de la planta baja. Tengo lápices que afilo con un pelalegumbres.

Hay estrellas muertas que aún brillan porque su luz quedó atrapada en el tiempo. ¿Dónde me encuentro a esa luz, que no existe hablando en puridad?


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